buscamos algo de magia

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jueves, 4 de febrero de 2010

¿De dónde surge la armonía del mar?

- ¿De dónde surge la armonía del mar? -, su voz, su pensamiento, era un verdadero bálsamo que cubría todas sus preguntas anteriores acerca de la vida y lo que esta tiene de atroz. “¿De dónde surge la armonía del mar?” Esta pregunta dejaba de lado todo lo que le reabría una grieta en el estómago, dejaba de lado todo ese dolor miserable… Entonces ella, Adriana, al escuchar su pregunta sentía que todo lo que la circundaba se rompía en un rumor de hojas secas. Los muros, sus cobijas, la puerta, su cama, el aire, el espacio, la luz… así, pero de una manera hermosa en que aquello, todo aquello estaba formado de cristal y agua y de esa forma nada se desvanecía. Su realidad continuaba ahí, muy fija, tan inmóvil, y al mismo tiempo en una especie de colapso.
El bálsamo de su pregunta era lo más grato que Adriana poseía y cuando pensó en buscar la respuesta se dio cuenta de que la pregunta era una respuesta en sí misma a algo que le había hecho perderlo todo: hace algún tiempo, casi un año, los problemas de vivir sola y en una ciudad enorme y caótica se le había develado como una humedad penetrando en un cuarto. Siempre, poco a poco, el cuarto infestándose de un hedor vagabundo y hostil, extrañamente seco y soporífero. Así le resultó el problema de vivir sola. De tener que dejar su pueblo por las nuevas sequias. Así percibió ella su realidad: de una manera violenta y tajante que la dejó con el sentimiento que se percibe en los sueños cuando alguien cae.
-¿Qué no piensas lo que estás haciendo?-, gritó Adriana. -¡Salte!- se lo decía enfurecida a una mujer con la que compartía el cuarto de baño. Su nombre era Virginia, había entrado al cuarto donde Adriana se tallaba su piel morena. - ¿Qué haces? Salte que me estoy bañando- gritaba Adriana, creyendo que Virginia la escucharía. Pero ella no quiso escuchar nada y por la estúpida razón de tener que llegar temprano al trabajo ha decidido sacar a Adriana del baño. Comienza a quitarse la ropa y en un par de pasos llega a la regadera. Adriana la mira con ojos incrédulos y rabiosos.
- Salte que me voy a bañar y no pienso esperarte – Lo decía con ese tono estúpido de quien habla por molestar.
- Es tu problema que se te haga tarde para llegar al trabajo- dice Adriana. –Tienes que esperar a que yo termine de bañarme y ya luego tú entras-. Pero es inútil hablar con Virginia quien se da cuenta que ese día no se bañaría como ella esperaba y que menos aún llegaría temprano al trabajo, pues en un ataque de impotencia ha comenzado a empujar a Adriana para apartarla de la regadera… pero como no lo ha logrado comienza a perder su cordura. Entonces ha tomado a Adriana por los cabellos con las dos manos, justo por las sienes y trata de intimidarla azotándola levemente contra la pared, pero Adriana no huye y tan sólo repite que no se irá hasta que termine de bañarse y que no lo hará con ella ahí. Y se vienen nuevamente los golpes en contra de la pared, cada vez más fuertes hasta que uno provoca un ruido sordo y hueco, irreal, que transporta el pensamiento de Adriana a algún lugar frio y lejano y ella se queda ahí, como refugiada y temblando… y es cuando ella siente como en su cuerpo algo se va trisando, algo intimo, que la abstrae completamente de la situación. Que le llena los ojos de miedo e incredulidad. De una sorpresa que no se puede tragar así nada más. Luego vienen unos puños bien cerrados en sus costillas y algunas bofetadas sobre su rostro incipientemente roseado por el agua que continua cayendo de la regadera.
La han herido. Ella ha conocido por medios físicos su tristeza; la tristeza que comienza a emanar de su cuerpo desnudo y que inunda el cuarto. Virginia lo ha percibido y le hace notar lo idiota de la situación, entonces comienza a vestirse rápidamente, pero la locura de Adriana de no defenderse se quiebra y cuando ya a medias, aunque sea un poco, se ha tragado la sorpresa y lo injusto de la situación Virginia ve pasar a lado de sus ojos un puño cerrado que le alcanza un pómulo. Rápidamente Virginia sujeta la mano de Adriana y la lleva hacia su boca. Le muerde un dedo hasta abrirle la piel y la sangre cae diluyéndose en el agua. Suelta su brazo y arremete una vez más en contra de ella: un azote contra la pared, y otro… y otro. Adriana igualmente le toma por los cabellos y la jala con fuerza hacia el suelo, aunque solo logre agacharla a la altura de sus rodillas. Entonces Adriana se ve también tironeada hacia abajo. Su cabeza dispuesta sobre la de Virginia; ambas doblegando sus cuerpos y adquiriendo una inmovilidad cargada de tensión y odio.
-¡Suéltame!- dice Adriana, a la vez que la jala un poco más hacia el suelo. -¡Suéltame y te dejo!- . Virginia suelta a Adriana y Adriana le suelta. Ambas se yerguen y Virginia abandona el cuarto.
Aquello fue lo último que sus ojos entrevieron en un par de días. Cayó al suelo con su cuerpo completamente rígido sobre el agua encharcada en el baño y quedo inconsciente. A los pocos minutos llegó la cacera y después de intentar conseguir alguna reacción de su parte la cubrió con una toalla y la llevo a su cama a rastras. Después telefoneo a la madre de Adriana.
Ofelia era su hombre. Ella cuido de Adriana por ese par de largos días. Entrar en coma. Las presiones que había tolerado Adriana no habían sido nimias. Poco a poco fue dejando de lado hasta las cosas más simples. Maldita miseria. Había ya días en que se descubría con una presión en el pecho y en la boca del estómago, pues cuando se abstraía demasiado en sus pensamientos olvidaba algo tan normal como la respiración. Y ahora una verdadera loca atemorizándola de tal manera. No estaba como para soportar eso.
Hasta las cosas simples… y ahora estaba en coma. Un sueño profundo, pesadísimo. Mas lo eran sus pensamientos; sus preguntas acerca de la miseria y a lo que esta orilla y aquella humedad incesante penetrando en un cuarto. Todas aquellas preguntas e ideas grises que aún en su estado de inconsciencia llegaban a ella como barquillos grises a un mar brumoso y del mismo color.
Un amontonamiento de barquillos grises en algún puerto de muelles olvidados. Entonces fue su pregunta erigiéndose en el aire, como tomando forma, como una flor que rápida e inesperadamente brota. “¿De dónde surge la armonía del mar?”. Quizá la respuesta nunca sería algo tangible, quizá si. La cosa es que la tan sola formulación era como el punto mismo de donde la armonía emanaba. En algún lugar de ese mar algo emanaba. Un color verde, azul, rojo por el reflejo del sol –Adriana despertó- ¿De dónde surge la armonía del mar?